Época: América borbónica
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1810

Antecedente:
Desarrollo de las colonias



Comentario

Tuvo igualmente un considerable aumento de su población y de su economía. De unos 100.000 habitantes a comienzos del siglo pasó a unos 500.000 a fines del mismo, sin incluirse en ellos unos cien mil araucanos. Los mestizos constituían su mayor parte, siendo minoritarios los blancos y los negros. Estos últimos sumaban unos 25.000, de los cuales eran esclavos unos cuatro mil. La población se concentraba en las regiones de Santiago y La Serena y era predominantemente rural. A las ciudades ya existentes se sumaron otras muchas de nueva creación, como San Felipe, Los Ángeles, Tutubén, Talca, San Fernando, Rancagua, Curicó, Combarbalá, Vallenar, Maipó, Linares y Parral, pero no pasaron de ser grandes pueblos. La única urbe verdadera era Santiago, con unos 30.000 habitantes. En ella se concentraba el gobierno y la vida cultural del país. En cuanto a las migraciones internas, se canalizaban hacia el Norte Chico, donde existía demanda de mano de obra.
La economía tuvo un espectro agrícola, ganadero, minero y comercial. En el primer aspecto, destacó la producción triguera en las regiones de Santiago y Concepción destinada al mercado peruano. Estas exportaciones crecieron desde 4.830 toneladas en 1724 hasta 9.328 en 1751, decayendo posteriormente hasta las 6.579 remitidas en 1776. La mano de obra productiva fue la indígena, tanto la encomendada (la encomienda no se suprimió en Chile hasta el año 1789) como la de inquilinato (antiguos indios de encomienda transformados en arrendadores). Los arrendatarios cobraban a los campesinos en especie, trigo, leña, miel, etc. A fines de siglo, la elevación del valor de la tierra obligó a muchos inquilinos a ofrecer su trabajo a los hacendados. La propiedad territorial experimentó un considerable aumento y surgieron 14 nuevos mayorazgos. Otro cultivo notable fue la vid, que se daba en la zona central (Concepción) y, sobre todo, en los valles cordilleranos. El vino se exportaba al Perú o al Río de la Plata y competía con los caldos cuyanos. No menos importante fue la ganadería, con numerosos vacunos, porcinos y ovinos (principalmente entre el Aconcagua y el Bio Bio). En el Norte Chico abundaba el mular, asnal y caprino. Chile exportaba algo de ganado en pie pero, sobre todo, cueros, sebos y matanza.

La minería tuvo un lugar relevante, con producción de oro, plata, cobre y azogue. La plata se extraía, principalmente, en las minas de Maipo y el oro en San Jerónimo de Alhué. Las de mercurio se pusieron en explotación entre 1780 y 1785 y fueron las de Punitaqui, Tarilla y Mascada de Cabritos, las dos últimas en Coquimbo. Permitieron liberar el beneficio de la plata de la dependencia de los azogues peruano y español. La minería chilena fue bastante peculiar, ya que era muy dispersa y discontinua. Su unidad de producción era además pequeña, utilizando mano de obra indígena con verdadero carácter de servidumbre. No era raro encontrar, por otra parte, el minero solitario. Para la acuñación de metales preciosos se fundó la Casa de la Moneda en 1743, que empezó a funcionar desde 1749. La acuñación no era estatal, sino de un particular llamado Francisco García Huidobro hasta que, en 1770, pasó a la Corona. La acuñación de monetario con oro chileno pasó de 19.236 pesos en la última década del XVII, a 661.325 pesos en la última del siglo XVIII. La de plata, desde 4.627 pesos a 194.939 en iguales períodos. El numerario se extraía hacia la Península, por lo que la Capitanía tuvo siempre déficit del mismo. La producción de cobre fue igualmente notoria: desde 4.608 pesos a 119.856 pesos en las décadas citadas.

El comercio tuvo un cambio substancial como consecuencia de la utilización del Cabo de Hornos como ruta usual. La iniciaron los navíos franceses en la Guerra de Sucesión, invirtiendo el circuito tradicional. La posterior supresión del régimen de flotas y su sustitución por el de navíos sueltos siguió el mismo sistema. El resultado de esto fue vincular el comercio de Chile al del Río de la Plata e invertir la relación entre Perú y Chile. Concepción y Valparaíso aumentaron su actividad. Los resultados comerciales son, sin embargo, menos espectaculares de lo que usualmente se ha supuesto. Carmagnani ha señalado que los navíos seguían yendo a los puertos peruanos o quiteño (Guayaquil) y sólo una mínima parte de ellos desembarcaba mercancías en los chilenos, dado el escaso atractivo de sus productos para el comercio internacional. La situación mejoró a partir del Reglamento de Libre Comercio de 1778 y de la autorización a los buques de la Compañía de Filipinas para hacer escala en sus puertos (también en los rioplatenses y peruanos). Las exportaciones agropecuarias de las tres regiones de Santiago, La Serena (el Norte Chico) y Concepción se hacían fundamentalmente al mercado peruano: trigo, sebo, matanza, cobre, cordobanes y frutos secos, a cambio de los cuales importaba azúcar, tabaco y textiles burdos. Del Río de la Plata traía yerba mate. La importancia del comercio se reflejó en la creación del Consulado en el año 1795.

Los territorios al sur del Bio Bio, ocupados por los araucanos, entraron al fin en un período de paz. Los últimos levantamientos fueron los de 1723 y 1766. El cambio se debió a múltiples factores, tales como la labor misionera de los jesuitas (sustituidos tras su expulsión por los franciscanos), la aparición de una gran masa mestiza que empezó a actuar como puente entre las dos etnias enfrentadas, el comercio de buhoneros y pequeños comerciantes que atravesaban el territorio araucano y terminó por acostumbrar a los indios a algunos artículos españoles, y la supresión de incursiones en busca de indios, dado que los naturales al norte del Bío Bío crecieron en proporción necesaria para suministrar la mano de obra necesaria, etc. Los gobernadores chilenos pudieron, al fin, deponer la actitud bélica y ocuparse de desarrollar las obras públicas (fundamental fue el camino de Santiago a Valparaíso), la creación de ciudades y mejorar las fortificaciones para evitar las incursiones de corsarios, sobre todo después de la implantación de la figura del Regente de Audiencia, que limitó sus actividades. Santiago tuvo universidad, la de San Felipe, desde 1738 y numerosos centros educacionales. En 1786, se fundaron las dos intendencias chilenas de Santiago y Concepción, separadas por el río Maule. En 1798, Chile adquirió completa autonomía de Perú, prohibiéndose al virrey intervenir en sus asuntos de gobierno y guerra, a menos que fueran excepcionales.